Nos enseñan que llorar no es de fuertes, es mostrar debilidad, y pienso que en ocasiones no es útil. En ocasiones no es la solución mágica al dolor que induce el llanto y puede empeorar las cosas, y si lloramos en exceso podría en si mismo convertirse en una fuente de estrés y ansiedad.
Empero, también nos puede ayudar a afrontar esa dolorosa realidad, ya que llorar es reconocer y de cierto modo aceptar nuestras emociones, y podría ayudarnos a procesar el dolor y la tristeza de una manera saludable.
No es fácil afirmar que se debe
hacer cuando el dolor y la tristeza nos golpea; pero si se podría afirmar que hay
momentos en que sirve dejar que las lagrimas salgan.
Con certeza, al terminar de
llorar, esa realidad que quisimos olvidar o evadir, no se desvanece y puede muchas veces regresar, pero los miedos y tristezas que se suscitaron pueden haberse mitigado o en ocasiones desaparecido, ayudando de alguna manera a enfrentar esa realidad con mayor vigor y entereza.
A llorar entonces por la razón correcta, disolviendo en lágrimas las tristezas y miedos, que al secarse, flotan lejos de nuestros
pensamientos y corazones, como hojas secas en el viento.
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