8.12.25

¿Quo Vadis?

Me considero un fisicalista. Por instantes, mi consciencia goza reconfigurando lo que es y lo que parece ser, disolviéndolos en fantasía. Pero siempre retorno a la realidad de la que surgí, mi único horizonte de sentido. Y, no obstante, a veces no puedo evitar arrodillarme y orar. 

2.12.25

El fundamento capitalista

Lo social no asiste al capital, es su matriz generadora; el capital, es uno de sus motores vitales.

La inversión capital debe ser estratégica y regenerativa: alimentarse de recursos sociales y naturales sin agotarlos, bajo una virtuosidad pragmática que genere riqueza real y sostenible. El éxito no se mide en subsidios ni repartición mendicante, sino en retribución justa a los factores de producción y solidez del entorno.

Los estados deben priorizar marcos de libertad y seguridad jurídica sobre narrativas progresistas que maquillan la desigualdad.

Prosperidad tangible exige virtud, no cosmética ideológica.

26.11.25

Refran 13122025

"Ofréceme tu sereno pensamiento, amigo, para que me juzgues con justicia."

21.11.25

Nuestro Proemio Existencial: ¿Tejer o Cazar?

El inicio de nuestra vida no es un punto de partida, es un Proemio. Esta palabra, que solemos usar como sinónimo de prólogo, viene del griego prooimion: el canto o camino (oimos) que recorremos antes del destino.

Pero la historia de esta palabra esconde una dualidad fascinante que define quiénes somos. La lingüística antigua, aunque en un debate de veracidad, revela que ese "camino" (oimos) se podría dividir en dos rutas interpretativas que son, en realidad, los dos motores de la existencia humana: 

El camino como tejido (Raíz  protoindoeuropea: wei-).

Vivir es tejer. Significa doblar, torcer y entrelazar los hilos de nuestra historia para formar una persona. Tejer requiere paciencia, ingenio, diseño y, sobre todo, amor por el detalle. Es el arte de construir nuestra identidad desde dentro.

El camino como cacería (Raíz  protoindoeuropea: weyh-).

Vivir es perseguir. Es lanzarse al mundo con vigor para "cazar" la verdad que se esconde tras las apariencias. Esta ruta exige velocidad, fuerza y la tenacidad de quien no se conforma con lo superficial. Es el instinto inquisitivo que nos empuja a descifrar la realidad. 

El Umbral del Ser.

Nuestro proemio existencial no es solo un adorno poético; es un umbral de acción. Estamos condenados por la facticidad y habilitados por la consciencia a habitar ambas orillas: somos artesanos de nuestra propia esencia y, al mismo tiempo, incansables buscadores de lo real.

Nuestra consciencia no nace en la quietud, sino en el nodo de transducción: ese punto de máxima tensión donde el hilo capturado en la cacería es procesado por el telar de nuestra identidad. No son actos secuenciales, sino una dialéctica incesante: cazamos para tener con qué tejer, y tejemos para saber qué cazar.

Es en esa colisión donde finalmente despertamos. Este despertar no es la activación de un sentido pasivo, sino la emergencia de la agencia: el instante en que la materia, al verse obligada a mediar entre su historia interna y la alteridad del mundo, deja de ser simple dato para convertirse en sujeto."

23.10.25

¿Quién soy?

Ploco: Inmerso en una realidad preexistente que me trasciende, no me manifiesto como una entidad biológica acabada, sino como un proyecto de autodefinición. Mi conciencia no es una propiedad pasiva, sino una facultad disruptiva: al tomar distancia para objetivar lo real, asumo una agencia problemática y superpongo una estructura de significados sobre la facticidad de lo dado.

21.9.25

Hipótesis del propósito que aburre: La rebelión del sentido


Ploco: La comprensión de nuestro propósito constituye una de las tensiones ontológicas más agudas de la condición humana. Gabriel Marcel distinguía con precisión entre el problema, como aquello que se nos opone y puede resolverse mediante el análisis técnico; y el misterio, donde el sujeto está implicado en la pregunta y cuya naturaleza trasciende la resolución objetiva. 


La razón humana, aunque formidable, opera como un sistema cerrado intentando descifrar su propio código fuente. La analogía es clásica: un mecanismo puede describir su engranaje, pero no la intención de su diseño. Aquí radica nuestra primera angustia: tratamos el misterio de la existencia como si fuera un problema técnico esperando una solución que la ciencia, por su propia metodología, no está diseñada para proveer.


El "Cómo" frente al "Para qué".


La ciencia ha ido destripando magistralmente el porqué causal (el origen) y el cómo funcional (el mecanismo) de los fenómenos con los que se ha topado. Biológicamente, el "para qué" es una obviedad: la vida existe para persistir. Desde la termodinámica y la genética de poblaciones, somos sistemas de baja entropía diseñados para la replicación del ADN.


Sin embargo, el para qué trascendental, aquel que busca un significado más allá de la maquinaria biológica, pertenece al dominio de la interpretación: la filosofía, la religión y el arte. El conflicto surge cuando intentamos disolver el misterio en un dato, convirtiendo el asombro existencial en una métrica de supervivencia. Al transformar el "porqué" en un simple "cómo", ¿estamos simplificando la realidad o simplemente perdiendo nuestra capacidad de habitar el sentido?


Es un conflicto entre el reduccionismo científico y la fenomenología existencial, donde se cuestiona qué perdemos cuando permitimos que la técnica (la ciencia) reclame para sí todo el territorio del conocimiento.


Cuando la ciencia responde a un fenómeno, suele hacerlo mediante el mecanismo. Si preguntas: “¿Por qué amo a mis hijos?”, la neurociencia responde con el cómo: “Es una cascada de oxitocina y dopamina que refuerza vínculos de apego para asegurar la supervivencia de la carga genética”. Entonces el "porqué" (el significado profundo, el valor, el sacrificio) se ha disuelto en un "cómo" (reacción química). Simplificamos la realidad, haciéndola manejable y predecible, pero muy llana. El amor deja de ser una "verdad" para convertirse en un "procedimiento". 


Aquí  aparece el rostro de ese propósito aburrido y emerge la pregunta: ¿perdemos una capa de misterio, y quizás de significado? 


Habitar el sentido significa aceptar que hay verdades que no se pueden medir, pero que son constitutivas de lo que somos.


La Hipótesis del Propósito que Aburre.


Por ello, propongo la Hipótesis del Propósito que Aburre, que contrario a la visión de la Vida como entidad biológica, la reafirma como proceso emergente con un imperativo funcional, pero este es de una simplicidad tan radical que resulta aburrido, o incluso detestable, para la autoconciencia humana.


Desde un fisicalismo estricto, el imperativo es: sobrevivir, evolucionar, expandirse. Es un algoritmo implacable y amoral. Esta "misión" choca frontalmente con la aspiración humana de belleza, justicia y trascendencia. Somos, paradójicamente, agentes de la Vida con un cerebro apto, no solo para ejecutar el plan, sino para juzgarlo insuficiente.


¿Rebelión o sofisticación adaptativa? 


Aquí se abre la grieta fundamental. ¿Son el arte, la ética y el amor una rebelión auténtica contra el mandato genético, o son, como sugiere la sociobiología de Wilson y Dawkins, sofisticaciones del propio plan?


  • La visión memética: Nuestros anhelos más nobles podrían ser "memes": unidades de información cultural que, aunque parecen rebeldes, optimizan la cohesión social y, por ende, la supervivencia del grupo.
  • La visión existencialista: Mi hipótesis sugiere que no somos arquitectos creando sobre un vacío (una crítica al existencialismo sartreano puro), sino "arquitectos de una rebelión con sentido". No partimos de una hoja en blanco, sino de un lienzo ya ocupado por el imperativo biológico. 
 Conclusión: El artista. 

Quizás la verdadera dignidad humana no reside en la ejecución ciega de un plan cósmico, ni en la libertad absoluta y desarraigada. Reside en la encrucijada: reconocer que el "propósito que aburre" es nuestro fundamento biológico y, aun así, elegir conscientemente pintar sobre él. 


Escribir poemas y preguntarse "ser o no ser" no es una fuga de la realidad, sino la transformación de una instrucción química en una vocación humana. Somos el lienzo que decide qué colores usar frente a la monotonía de la supervivencia."

18.7.25

La Bonitura y el Vivir Sabroso

 


El hecho de que la narrativa oficial haya reducido el concepto de “Vivir Sabroso” a una estética del subsidio y el disfrute pasivo lo convierte en una promesa incompleta.  Frente a la inercia del mero consumo que esta interpretación sugiere, reivindico la “Bonitura” como el acto de proyectar nuestra identidad sobre el mundo mediante la creación y el esfuerzo.

No se trata de una condena a la servidumbre donde el que produce trabaja únicamente para el deleite del otro. Al contrario, la Bonitura es un acto de soberanía del “ser suyo” que no admite jerarquías: se manifiesta con igual dignidad en el esfuerzo del campesino, en la destreza del técnico o en la visión del artista. En cada acto de transformación, el individuo deja de ser un siervo de la inercia para convertirse en el arquitecto de su realidad, reconociéndose a sí mismo en la resistencia de la materia que ha sido doblegada por su propósito. El goce del otro es solo el eco de una obra bien lograda; la verdadera gratificación reside en la expansión del propio ser a través del oficio. 

Esta dualidad tiene un anclaje biológico ineludible. Nuestra arquitectura neuronal nos exige equilibrio: el impulso de la dopamina, que nos empuja a la cacería de la verdad y al diseño del tejido social, y la paz serotoninérgica, que nos permite habitar y celebrar lo construido en plenitud.

Propongo, pues, una “Bonita Sabrosura”: una integración metabólica donde el placer no es algo que se recibe por subsidio existencial, sino algo que se conquista. Debemos trascender la condición de consumidores pasivos para convertirnos en cocreadores activos. El despertar de la consciencia ocurre precisamente ahí: en el nodo donde el esfuerzo del dar y la paz del recibir se funden en una sola voluntad de vida.

6.7.25

El día de la Marmota (GroundhogDay)




El día de la marmota (Groundhog Day) es una obra que trasciende la comedia para convertirse en un tratado sobre la transformación del ser. Phil Connors (encarnado por Bill Murray) transita desde un narcisismo alienado hacia una vida plena de sentido, no por un cambio externo, sino por una reconfiguración de su agencia interna.

La trama gira en torno a un presentador de televisión que llega a un pueblo a cubrir un reportaje sobre su famoso Día de la Marmota. Ese día, al terminar su reportaje, cuando se preparaba con su equipo para regresar a su casa, anuncian una fuerte tormenta que lo obliga a dormir esa noche en el pueblo, y es cuando se sumerge en el absurdo.  

Al sumergirse en el absurdo de un bucle temporal donde el 'mañana' ha sido abolido, Phil atraviesa las etapas de un duelo existencial: desde el hedonismo vacuo hasta el nihilismo suicida. Sin embargo, el punto de inflexión ocurre con la Aceptación Creativa. No la pasividad de la resignación. Phil acepta que no puede cambiar su destino, pero descubre su poder sobre la calidad del instante (Libertad). Deja de ser un consumidor de tiempo para convertirse en un artesano del presente, dedicándose a la Bonitura: el aprendizaje, el arte y el servicio desinteresado.

Filosóficamente, Phil encarna tres pilares:

  1. Existencialismo: Crea significado en un universo que ha dejado de proveerlo.
  2. Estoicismo: Identifica que su única jurisdicción real es su carácter y su percepción.
  3. Amor Fati: Alcanza la liberación cuando ama su presente de tal forma que no desea que sea distinto.

Al enfrentar la muerte, Phil transmuta el pavor en sabiduría: comprende que el tiempo es poco (físicamente limitado), pero se expande (se alarga) ontológicamente cuando se vive con intensidad y propósito. El amor, finalmente, deja de ser una cacería manipuladora para ser una consecuencia de su “ser suyo”. Phil no conquista a Rita; se convierte en un ser cuya excelencia es, por sí misma, un valor. La felicidad no es el destino, sino la métrica de una vida que ha logrado integrar la furia de la creación con la paz del ahora.

¡Excelente día de la marmota para ti!

26.6.25

Árbitro u Opinante Impulsivo


La encíclica Laudato si' afirma que la realidad pertenece a la Creación y que todo en ella es «interdependiente» y está «interpenetrado». Nos invita a una mayor conciencia de nuestra responsabilidad hacia la «casa común». En esta visión, el ser humano, movido por una humildad ontológica, se reconoce no como dueño, sino como parte de un todo mayor: un gestor o custodio.

Sin embargo, cabe preguntarnos: ¿puede el ser humano ser más que un custodio? ¿Puede ejercer arbitrio? Si el custodio está dentro del servicio, el árbitro parece situarse por encima del juego. Pero el arbitraje que propongo no es una jerarquía de dominio absoluto, sino la delimitación de una jurisdicción ética. Esta jurisdicción no recae sobre la existencia de las cosas,que nos precede y supera, sino sobre nuestro carácter, nuestra percepción y la calidad de nuestra intervención en el mundo.

Es una función de autorregulación: un arbitraje interno (autocontrol) y uno externo (medición de la realidad). En este sentido, somos la realidad afectándose a sí misma. El ser humano actúa como un árbitro existencial que organiza y transforma lo real, guiado por la prudencia y el amor, distanciándose de la mera dominación.

El Embrollo Contemporáneo.

La forma en que el árbitro organiza su comprensión de la realidad se convierte en base fundamental para definir el sentido de su existencia. Sin embargo, este ejercicio de arbitrio consciente se enfrenta hoy a una distorsión sistémica. Mientras el ideal de custodia nos llama a la interdependencia, el mundo contemporáneo ha erigido una estructura que fragmenta nuestra atención y anula nuestra capacidad de juicio. Es aquí donde emerge el Embrollo Contemporáneo: un escenario donde la facultad de organizar la realidad ya no reside en el sujeto ético, sino en fuerzas externas que han secuestrado nuestra comprensión del mundo.

Hoy, la ideología política ha forjado una alianza indisoluble con la tecnología, transformando radicalmente el ejercicio del poder. Ya no se trata solo de una tecnocracia que administra; es una ingeniería social que utiliza la técnica como forma de hacer y ejercer política, simplificando la existencia y demandando conformidad. Esta estructura reduce el embrollo existencial a un plano de eficiencia operativa y manipulación algorítmica, marginando a la ética y el arte a un rol secundario.

El Opinante Impulsivo.

Sorpresivamente, esta fusión entre ideología y tecnología ha facilitado la masificación y validación del Opinante Impulsivo. 
La tecnología no es solo el canal, sino el motor que inunda el espacio público con opiniones estultas amparadas en una distorsión del derecho a la expresión. Al ser provocadoras y estar optimizadas para la viralidad, estas opiniones se propagan como verdades, fracturando la posibilidad de un juicio real y anulando la capacidad de arbitraje del ciudadano.

Conclusión.

En esta fractura sistémica, la propuesta del «árbitro» emerge no como una utopía, sino como una necesidad ontológica urgente. No somos dueños del mundo, pero tampoco estamos condenados a la pasividad del espectador. Nuestra soberanía reside en recuperar nuestra jurisdicción real: ese espacio sagrado que comprende nuestro carácter, nuestra percepción y la calidad ética de nuestra intervención en lo real.

Al ejercer este arbitrio consciente: un juicio que mide, organiza y transforma, dejamos de ser siervos de la inercia tecnológica y de la estulticia del opinante impulsivo. Solo a través de este arbitraje, donde el esfuerzo de la creación se somete a la prudencia y al amor, logramos que nuestra acción deje de ser una violación para convertirse en un acto de comunión. Es en este punto donde la realidad, al fin, logra afectarse a sí misma con propósito, integrando nuestro actuar en la armonía de la casa común.